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Vender la casa para ir a una residencia: una decisión que merece más reflexión

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En nuestro trabajo diario con personas mayores y sus familias, hay una pregunta que aparece cada vez con más frecuencia: “¿Vendemos la casa para que pueda ir a una residencia?” A primera vista parece lógico. Si ya no puede vivir sola, ¿por qué no transformar la vivienda en recursos para costear los cuidados? Sin embargo, pocas decisiones tan aparentemente razonables son tan arriesgadas, tanto en lo emocional como en lo económico.

 

Lo primero que olvidamos es que una casa no es solo ladrillo. Es hogar. Es rutina, historia, apego. Sacar a una persona mayor de su entorno es, muchas veces, desprenderse de su ancla emocional. Mantener la propiedad siempre mantiene ese vínculo.

 

Desde un punto de vista patrimonial, vender puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Las viviendas, por lo general, se revalorizan con el tiempo. ¿Qué sentido tiene desprenderse de un activo seguro que crece, para asumir un gasto continuo y creciente como el de una residencia? A veces se alega que el dinero no se hereda, pero el patrimonio familiar sí tiene un valor que va más allá de lo material.

 

Tampoco se suele hablar de las consecuencias fiscales y legales. Sí, es cierto que los mayores de 65 años pueden vender su vivienda habitual sin pagar IRPF. Pero eso no significa que la operación esté exenta de gastos. La plusvalía municipal —ese impuesto que cobra el ayuntamiento por la revalorización del terreno— puede ser cuantiosa. A eso súmele gastos notariales, registrales y, en muchos casos, comisiones de agencia.

 

Y hay un matiz que pasa desapercibido, pero que es clave: en muchas comunidades autónomas, la Ley de Dependencia protege la vivienda habitual y no la computa como patrimonio para acceder a ayudas. En cambio, el dinero en efectivo sí. Es decir, al vender la casa, no solo se pierde un techo: se pierde el derecho (o se reduce) a recibir apoyo público.

 

Existen otras fórmulas: anticipo de alquileres, alquilar la vivienda, contratar una hipoteca inversa, o ceder su uso temporal. Opciones que permiten generar ingresos sin perder el control del inmueble ni bloquear el futuro. No son soluciones mágicas, pero abren puertas en lugar de cerrarlas.

 

Ingresar en una residencia es, en muchos casos, una necesidad. Lo que no lo es, ni mucho menos, es hipotecar el futuro a cambio de una falsa sensación de solución definitiva. Cuando hablamos de la última etapa de la vida, no podemos permitirnos decisiones apresuradas. Y mucho menos irreversibles.

 

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