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Personas mayores solas: los olvidados en la pandemia del COVID-19

Personas mayores solas: los olvidados en la pandemia del COVID-19

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Estas últimas semanas se ha hablado mucho del impacto del COVID-19 en las residencias de personas mayores, llegando a mostrar una imagen de que estos centros podían ser un entorno de riesgo para sus residentes.

Sin embargo, no debemos perder de vista que los centros residenciales son un espacio donde los mayores están continuamente atendidos y vigilados, y que si el COVID-19 ha hecho mella en ellos no se debe a la poca o mala atención o cuidado, sino a la propia vulnerabilidad de los residentes, que son mayoritariamente personas mayores de 80 años y, en muchas ocasiones, con patologías previas.
Aún así, la mayor parte de los residentes en estos centros no han sido contagiados, y han podido mantener un día a día atendidos por los profesionales del centro y en compañía de otras personas (eso sí, manteniendo las pautas de protección necesarias y sin poder recibir las visitas de sus familiares).

Centrar el discurso sobre las personas mayores en los centros residenciales no ha dejado espacio a otras situaciones que viven miles de personas mayores en España para los que esta etapa de confinamiento y distanciamiento social está siendo especialmente difícil.

Se trata de los más de 2 millones de personas mayores de 65 años que viven solas en España.

¿Cómo afrontan las personas mayores que viven solas la soledad en la pandemia del COVID-19?

En una situación normal, la mayor parte de las personas mayores que viven solas y que mantienen un buen estado de salud suelen realizar actividades en centros de mayores, paseos, reciben visitas de familiares o vecinos, etc. que les ayudan a mantener su estado de salud físico y emocional. Sin embargo, este periodo de confinamiento y el hecho de pertenecer a un grupo de riesgo frente al COVID-19 les ha obligado a cambiar sus hábitos: nada de salidas, nada de contacto personal con otras personas, nada de actividades en centros sociales… sin contar con el riesgo añadido que supone estar solos en su domicilio durante horas y horas (aunque puedan tener contacto telefónico periódico con otras personas).

Entre las personas mayores que viven solas también están las que necesitan ayuda para su día a día. Muchas de estas personas, en condiciones normales reciben diariamente la ayuda de un cuidador o de algún familiar que les atiende y les hace compañía. Aunque la atención básica a domicilio está permitida y debe realizarse, el temor a desplazamientos y al contacto con mayores ha dificultado que muchas de estas personas reciban la atención que necesitan en su domicilio.

Y finalmente, existe un tercer colectivo: el de personas mayores solas sin familia que dependen de ayudas, de la atención de servicios sociales y, en muchos casos, del soporte de asociaciones de voluntariado. Para estas personas estas semanas están siendo realmente duras, ya que su habitual aislamiento se ha visto incrementado debido a la alarma sanitaria.

El pasado marzo, las intervenciones de los bomberos para rescatar cuerpos de personas solas fallecidas en su domicilio en Madrid se incrementó en un 57% respecto al mismo mes del año anterior. No se sabe con exactitud el impacto de la pandemia en este incremento, pero es evidente que los mayores que viven solos no están exentos de riesgo.

Los humanos tenemos un fuerte sentimiento de familia y de apego a nuestro entorno (el lugar donde vivimos), que se acentúa con el paso de los años. Esto hace que sea duro plantearse ir a vivir a un lugar diferente, como puede ser un centro residencial. Sin embargo, debemos aprender a tener una visión más amplia de lo que significa estar en un centro residencial, donde la atención continuada, la compañía de otros residentes, la posibilidad de realizar paseos por las instalaciones, la participación en actividades colectivas, etc. pueden ser la diferencia entre vivir en nuestra casa en soledad, con riesgo de deterioro de nuestra salud física y emocional, o vivir en un centro totalmente acompañados y atendidos.

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